José María Carulla (1839-1912), nacido en Igualada, tenía pinta de sacristán; comenzó sus estudios en Manresa y los concluyó en Zaragoza, donde cursó la segunda enseñanza y las carreras de Derecho civil y canónico y Filosofía y Letras, además de colaborar en el semanario El Torneo. En Madrid se dedicó a la enseñanza privada mientras seguía entretanto los estudios de Teología y la carrera de Administración. También ejerció la abogacía y publicó en la prensa tradicionalista. Su afección a la causa papal fue tal que lo llevó a marchar a Roma en 1868 para servir a Pío IX en el cuerpo de zuavos pontificios y, más tarde, a proponer a todos los católicos del mundo una cruzada para devolver al papado los estados perdidos. En la última guerra carlista tomó, naturalmente, partido por el absolutismo. A su regreso a Madrid fundó la revista La Civilización, donde colaboraron los personajes más significados del Partido Católico, y que totalizó 70 tomos. Sus últimos años los pasó en Granada, donde tenía un hermano canónigo y habitando en la ermita de la Misericordia en la plaza de los Lobos.
Fue Carulla, cuyas obras en prosa ya totalizaban decenas de tomos, uno de los mayores exponentes de versificación ripiosa, por lo que su obra teatral ya era objeto de abundantes befas pero su empresa de acometer la Biblia en verso en 27 tomos (270.000 versos), aunque no la llegara a concluir -únicamente acabaría cuatro y tan sólo publicaría el Génesis y el Éxodo- lo convirtió en personaje de chascarrillo, pasando la expresión «esto es la Biblia en verso» a designar algo inacabable y fatigoso. Así comienza la obra:
En principio esto era el caos
no había ni aun empleaos.
Y Dios sacó de la nada
la tierra confeccionada.
Formó la luna y el sol
en territorio español.
Carulla se empeñó en entregar al Papa Pío X sus manuscritos y, provisto de una carretilla, viajó en agosto de 1906 hasta Roma. La audiencia no tuvo lugar porque su leyenda de hombre insólito se le adelantó y el pontífice no llegó a recibirle. Para el místico Carulla fue una afrenta dolorosa. El vate no comprendía el cachondeo público y en 1907 le contaba a Tejera, del semanario Nuevo Mundo que, si hubiera firmado con el seudónimo de D. Licónide Abidense, que le impusieron al ingresar en la Academia Romana de la Arcadia, tal vez, su obra se hubiera salvado. «¿Qué tiene de particular –protestaba para defender asimismo los ripios de sus obras teatrales- que en una comedia de costumbres aparezca un alcalde de barrio que se llame Juan Larrio?»
Cuando ocurría alguna calamidad pública, organizaba en la colegiata de la iglesia de San Justo y Pastor, unos recitales benéficos, sobre su traducción de la Biblia en verso, a los que acudía mucha gente en plan pitorreo. El vate Carulla recitaba:




